Ay, Azul!, tu profunda y densa tristeza se emparenta con la blancura que cabalga tus olas en el mar para estrellarse con mamá; tal unión es sólo comparable con una voluptuosa cópula que, aunque habiendo comenzado con dulces tonos morados o incluso violetas, se violenta en estruendos de pasión escarlata que recorren los campos de la tierra de durazno desde lejos en evidente vestigio de fuego sabor a ansiedad cegadora que no se detiene a explicarse por qué sale el sol a doblarnos el iris y abofetearnos gentilmente desde su lecho cósmico para que sigamos fluyendo.
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