El amanecer se quebró y comenzó a derramarse gota a gota
porque decidimos fundir la piel,
no sin antes jugar a la levedad regresando a nuestras trincheras ocasionalmente.
Cuando veíamos que nuestros ataques nos iban desarmando,
dejandonos vulnerablemente tiernos,
nuestros ojos nos recorrieron descaradamente
hasta darnos cuenta de lo irreverentemente irreversible de nuestra historia matutina
que se roba nuestro aliento con cada roce de piel,
que cual combinación de un código secreto
se devela poco a poco
nos convertimos en presas efímeras
de un muy bienvenido ataque a nuestros sentidos.
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